Cada vez que oigo a una mujer contando su parto instrumentalizado siento una punzada en el corazón.
El 90 % de las mujeres del mundo sufrimos violencia obstétrica, sólo que algunas no lo saben. Se enteran después. Nos enteramos después. O quizás ni eso.
Cada vez que escucho que a una mujer le robaron el parto me duele la cicatriz de mi cesárea, de la mía y la de mi hija, porque ella salió de esa raja, de esa herida, que fue en mi piel. En mi útero. En su alma.
Cada vez que escucho a una mujer ya consciente de que no tuvo el parto que ella quería, pero que se conformó, que se convenció, que la convencieron, me salen moratones en los brazos. Ahí donde me apretaban las gasas que me ataban para no interrumpir el acto. Para no interrumpirles a ellos, los médicos, mientras hacian todo su trabajo. Mientras me robaban mi parto. Mientras nos robaban nuestro parto, a mí y a mi hija.
Cada vez que escucho a una mujer que ha tenido un parto tranquilo, en casa, a su ritmo y al de su cría, sale el sol en mi corazón. Me alberga la esperanza y una lágrima cruza mi mirada, como el hielo al derretirse.
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¡Qué bien escribes guapa! Lo triste es que está tan normalizado que muchas mujeres ni se lo plantean y encima piensan que debe ser así… así no me extraña que descienda la natalidad, lo bonito de nacer… se convierte en una pesadilla que aceptan como normal pero que muchas no estarían dispuestas a repetir… al menos de cada parto robado nos quedara la esperanza que no se vuelva a repetir ni en nosotras ni en nuestras hijas… un beso preciosa.
Pues sí, ¡Maite! Se ha perdido la cultura, como en otros aspectos de la maternidad. Y domina el miedo. Pero, por suerte hay gente como tú, que con vuestras historias empoderais a todas las mujeres de ahora y a las del futuro 😉