Siente tus sueños. Vívelos. Ve a por ellos.

Acabo de llegar a casa. Conduciendo hacia aquí notaba como se me escapaban las lagrimillas por el rabillo del ojo. No era un llanto de pena. En absoluto. Sino más bien de alegría , de ilusión, de emoción. Pero también de miedo. De sentir finalmente el abismo bajo mis pies. Sentirlo de verdad.

Porque mira que este año he dado (necesarios) «saltos al vacío».


Pero ninguno como éste de hoy.

Todo empezó con mi maternidad. Con ese puerperio intenso que me transformó, con todas esas vivencias agolpadas que me brindó la vida con prisa , desordenándome el pelo, ideas y proyectos.

Al perder al padre de mi hija y volver a mi tierra empecé de nuevo a trabajar en el hotel del centro que había dejado dos años antes, ya sabéis, tenía: una boca que alimentar, que distraerme, que seguir adelante….Porque era lo que casi todos me aconsejaron, y yo, que ni siquiera conseguía ir al supermercado de la esquina de la calle donde vivía, me dejé guiar. Me dejé llevar.

No sé si os he contado que me gusta mucho bailar, aunque no valgo para hacerlo guiada….¿Cómo era aquel grupo? ¡Eso!»Ella baila sola» Lo cual no quita que me encuentre estupendamente en pareja. Me encanta compartir y dormir con amor y calor por las noches, como a la mayoría de los mamíferos. Pero mi vida tengo que vivirla yo. Mis decisiones tengo que tomarlas yo.

Y claro, cuando no hago lo que me dictan las tripas, sino lo que los demás me dicen, al final me siento mal, y no duro. Imagino que nos pasa a todos.

¿Cómo fue volver a trabajar después del tsunami que me pasó por encima? Nada fácil. Al principio, recuerdo llorar cada noche abrazando a mi pequeña hija mientras dormía. Me distraje, me acostumbré, está claro, había momentos de tanto estrés, de tal volumen de resolución de problemas que a veces pasaban las horas y no tenía tiempo de acordarme de ella. A veces no me acordaba ni de mí misma.

Comía mal, dormía poco, estaba tris….No sé ni como estaba, tenía un duelo aparcado. Lo más importante parecía MOVERSE HACIA ADELANTE. No sentir. No pensar.

La historia cambió al conocer a mi compañero actual, volví a vivir, a pararme,a sentir, a llorar todo lo que tenía guardado y a sonreír mientras la herida sanaba y me agarré a sus alas para soñar con nuestro futuro juntos. Y en esos sueños había nuevas posibilidades de ganarse la vida poniendo en práctica lo que me gusta, lo que se me da bien. Lo que día a día he ido descubriendo que es. Hasta hace un mes no he quitado el último velo.

2016 está siendo un año intenso a nivel personal, de gran crecimiento y transformación. De pulir todas las imperfecciones que se pueden pulir y abrazar las que no se pueden cambiar.

Empecé el año trabajando en otro hotel, aún sabiendo que no era lo que quería. Pero es más fácil continuar con patrones viejos que idear y pensar en nuevos. Es más fácil que la «providencia divina», el sentido del deber te guíen. Estamos acostumbrados a tenernos que quedar en el rectángulo. Porque nos han enseñado que andar fuera de él es peligroso y dentro se está mejor. Tanto que ya ni nos acercamos a la valla. A menos que devengas madre, para algunas todo sigue igual, pero la mayoría se revela ya sea sólo por un momento, el cual a veces les hace plantearse muchas circunstancias. Aunque al final vuelvan a lo de siempre, a lo de antes.

Después de dos meses y en una fecha significativa como fue el 8 de marzo, (¡SÍ! Me dejé arrastrar por el feminismo) hablé con la jefa de recepción  y le pedí una reducción de jornada. Un «part time», como lo llaman (también) en Italia, que resultó en un «No time» 8 días después. Así fue: Me echaron del hotel.

El ser humano es increíble. O increíble es como nos crían, nos educan, nos programan. Porque yo estaba deseando salir de esa elipsis, pero no tenía el valor total para hacerlo y, sin embargo, cuando ellos fueron los que me dieron el empujón que yo necesitaba, me sentí derrotada. No demasiado tiempo, quizás una semana. Pero el duelo, por pequeño que fuera, ahí estaba.

Me puse en la cima de la montaña, ellos me empujaron y volé hasta aterrizar en un monte más bajo: Empecé a trabajar en un restaurante árabe. Nunca había trabajado de camarera así que fue toda una experiencia. Experiencia sobre todo a nivel antropológico, que son las mejores. Y es que trabajaba con personas de múltiples nacionalidades, con historias diversas. Una experiencia enriquecedora que duró también dos meses. Porque tampoco era mi objetivo.

Y así llegó el segundo «salto al vacío» que no era un salto al vacío del todo.

He de decir que con cada paso que he ido dando se ha ido rebajando considerablemente mi sueldo.

Hasta llegar a la asociación a la que he avisado hoy que dejo dentro de poco. El tercer y último salto, éste al vacío de verdad. Es como el «monstruo final» en un vídeo juego. Disculpad si no encuentro un símil más poético.

Me ha costado hablar pero al salir de la reunión me he sentido liberada. No sabéis cuanto.

Empecé con mucha ilusión allí, – podría ser una experiencia de colaboración increíble, pensé. Pero las cosas no han ido del todo como había imaginado. Porque no he dejado de sentir que trabajaba para otros. Y de eso es precisamente de lo que estoy más cansada.

No quiero trabajar para otros.

O mejor.

No quiero vivir los sueños de otros
Quiero vivir los míos 

Detrás de la asociación hay un grupo reducido de mujeres que ponen toda su pasión y trabajo duro para que las cosas funcionen y, ya lo creo que funcionan.

Pero no es mi sueño. Por tanto el entusiasmo que yo le pongo no es un entusiasmo real, o, al menos no es absoluto.

Cuando estoy allí, trabajando semi voluntariamente, con ellas siento que querría estar en otra parte. Escribiendo, leyendo, jugando con mi hija. Disfrutando de un día en familia.

Si no sientes que estás en el aquí y el ahora es que algo va mal

Me ha costado aprenderlo. Para ello he tenido que desaprender mucho. Que deshacer un buen trecho de camino.

Lo que no quita que no tenga miedos, que no tenga dudas. Pero son miedos sanos, dudas necesarias. A la vida se viene fundamentalmente a aprender. A caminar. No hay nada absoluto.

Muchas de las cosas que hacemos las hacemos por los demás. Para no defraudar, para que no se queden tristes, por no hacer demasiado ruido. Y al final por no hacer sufrir a los demás sacrificamos nuestra felicidad. ¿De verdad hemos venido al mundo para esto? Cuando sabemos que cuanto más llenos estemos, más podemos dar. Cuanto más felices somos más felices podemos hacer a los demás y al contrario. 


Sé feliz y harás feliz. Ése es mi nuevo y más absoluto mantra.

Free as a bird


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

uno × 5 =

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.