Este fin de semana hemos estado en Turín. Una de las cuatro ciudades más grandes de Italia. Fue durante algunos años capital del país y una ciudad muy importante para su unificación a finales del Siglo XIX. Sin embargo no compite en turismo con Roma, Venecia o la Toscana. Como sabemos Italia es uno de los destinos turísticos favoritos por europeos, asiáticos y americanos y la lista de ciudades a visitar es muy extensa. Pero Turín es de las que pasan desapercibidas. Y de las que cuando llegas te sorprenden. Te conquistan. Una ciudad llena de palacios, museos y pinacotecas, estatuas ecuestres, jardines, edificios de estilo barroco, rococo, neoclásico o Art Nouveau. Es la ciudad natal de Lavazza, Martini, Fiat, Lancia, la Rai y numerosas otras marcas conocidas a nivel nacional.
Italia es como España y muchos otros países que, apenas te mueves cien kilómetros cambia de menú, cambia la lista de sus platos. Y el Piamonte te conquista con su Fassona, una vaca típica de la región y cocinada de distintas formas que hacen difícil para una el proyecto de convertirse en vegetariana. Antipasti deliciosos a base de quesos que se deshacen en la boca y una forma exquisita y finísima de elaborar el chocolate. El famoso Gianduiotto hecho a base de pasta de cacao y avellanas.
A mi compañero le tocaba trabajar unas horas el lunes por la mañana y aprovechamos la ocasión para hacer una escapada familiar. Y de paso visitar una pareja de amigos que viven allí.
Creo que en los dos días transcurridos hemos sabido saborear la ciudad con todos los sentidos.
Ha sido muy placentero porque nos hemos movido con gente que vive allí y conoce la ciudad perfectamente. Lo cual facilita el turismo a una familia que viaja con una niña de casi 4 años que sólo piensa en corretear y jugar y no te permite mirar mucho el mapa ya que tienes que tener la vista siempre puesta en ella. La última mañana fuimos al museo egipcio. Ella y yo, ya que mi compañero trabajaba. Aunque no lo disfruté como habría deseado, por razones obvias y eso que mi hija no rompió ningún sarcófago, ni le quitó una sola venda a ninguna momia, pero pasar una hora allí dentro, fue una maravillosa sensación. Y compartirlo con mi niña algo muy bonito. Era su primera vez en un museo. Estar allí, respirar esa atmósfera, esas piedras que respiraron personas que vivieron hace más de tres milenios. Ver esas esfinges y sentirte pequeña a su lado. Sarcófagos, momias, monumentos a mi adorada Isis…Aunque no pudiera leer ni un cuarto de los carteles que estaban expuestos allí, valió la pena. Creo que es fundamental visitar museos, cuantos más mejor, ya que te ponen en contacto con la historia de la humanidad. Y no sólo con la historia, sino con la humanidad al completo.
Otra de las experiencias que hemos vivido este fin de semana fue la de subir al globo blanco que te enseña la ciudad desde 150 metros de altura. Para mí fue todo un reto de esos que acepto últimamente, ya que tengo bastante vértigo y al principio no podía ni estirar las piernas, como si tener las rodillas plegadas me diera más seguridad. Fue impresionante ver Turín desde las alturas, con los Alpes nevados a su alredor y el inmenso Po que la atraviesa. Una de las razones por las que acepté subirme al globo es porque va con un ejercicio de relajación que hice hace unos meses y del que hablo en el proyecto en el que estoy trabajando y del que os contaré en muy pocos días.
Pero lo mejor de todo fue sin duda pasar unas mini vacaciones en familia. Unos días de convivencia, de conexión. Hay escapadas que parecen que duran más tiempo del que duran en realidad y vienen muy bien para conocernos mejor y querernos más.