En tus bolsillos encuentro piedras pequeñas.
Hojas verdes y trocitos de alguna caduca.
Una castaña y algún trozo de nuez.
Me da melancolía.
De tu niñez.
De la mía.
De no entenderte siempre.
De haberme olvidado de todo lo que importa.
Hay flores silvestres encima de cada mueble.
Ramas pequeñas olvidadas en el sofá.
Y pedacitos de barro con forma de suela en la entrada.
Me traes la naturaleza a casa a diario.
Burlando a la censura.
De soslayo.
Y me gusta aún más cuando me sorprende.
Mientras duermes y recuerdo lo esencial.
Las palabras se me ahogan en las lágrimas.
Es por eso que a veces no puedo ni hablar.
Me limito a abrazarte porque es lo mejor que he hecho nunca.
Porque nunca me dices que no.
Porque me abrazas con la boca abierta sonriendo hasta las orejas con los ojillos cerrados de pestañas soñadoras.
Porque me abrazas tan fuerte que no me puedo escapar.
Ni ganas que tengo.
No hay mejor sitio para estar que respirando tu niñez.