Hay días que te espero todo el día. Y cuando falta una hora para vernos ensayo la sonrisa. Ensayo mi saludo. Porque quiero que me veas contenta. Ponerte contento.
Y luego llegas de repente y no me acuerdo de como era esa sonrisa. Y no me sale ni media palabra. Me siento rara. Como si no te reconociera.
Te fuiste esta mañana y parecías otro. O quizás yo soy otra.
Me paso el día haciendo cosas y soñando mis sueños.
Y corriendo de un lado para otro. El reloj me interrumpe a cada ratito.
Tengo la sensación de que a veces te hago pagar cosas pasadas, las que pasaban cuando no crecíamos. No digo que fuera sólo responsabilidad tuya. Bueno, no lo digo ahora. En otros momentos sí. Según me pilles. Ya sabes, en esos momentos en los que hasta hablo de culpas.
Pero no me hagas caso que ni yo misma me entiendo. Querría hacer más cosas de las que hago. Que las niñas me dejaran un rato tranquila. La interior y la actual. Que pudieran jugar ajenas a las responsabilidades y al tiempo. Sin pensar en todo lo que hay que hacer.
En todo lo que hay que pensar.
En todo lo que hay que escribir.
A veces me gustaría reír libre de preocupaciones. Y saltar y correr, invadida de la locura más inocente.
Pero ahí estamos, tratando de reconquistar – me de reconectar – me a mí misma.
A veces te espero, Ulises. Otras me espero sólo a mí misma. Lo mejor es cuando no siento ni ápice de culpa. A veces hasta ocurre.
Después de todo nunca me llamé Penélope, sino Ítaca.