(Se sugiere acompañar la lectura de Aguas de Março de Antonio Carlos Jobim y Elis Regina)
Me gusta el otoño.
De siempre.
Será por eso que no me asusta el pelo gris.
En estos días están bajando mucho las temperaturas.
Ayer cayó un buen chaparrón.
Este mediodía otro.
El termómetro va tirando para abajo.
Son las Aguas de Septiembre cerrando el verano.
«Estos días me falta brillo
Será que el cielo me esconde mi adorada luna.»
Y una noche que me levanté para ir al baño no me di casi ni cuenta de que no necesité encender la luz.
¿No os he dicho que el baño no tiene ventanas?
Aún mejor:
Y la otra noche se estaba tragando toda la luz de la luna llena.
Creedme, ¡un espectáculo!
Adoro los momentos que paso a solas con ella.
Cuando la invoco siempre acaba por encontrarme.
Y yo contenta.
Septiembre siempre me gustó.
Pero ahora que cada vez soy más salvaje me gusta aún más.
Más que libertad, ausencia de reglas.
Más que falta de horas, ausencia de prisa.
Yo en el fondo nunca fui impuntual, nunca falté a nada.
Sobre todo a nadie.
Lo que me pasa es que me cuesta dejar de hacer lo que estoy haciendo.
Poder no ir al baile porque es que no me apetece…
Poder retrasar la alarma para continuar haciendo lo que me gusta.
«¡A la casa que le den!»
Éste es mi momento.
Así lo he decidido.
En el fondo no soy tan distinta de la niña que fui.
Recuerdo pasarme fines de semana enteros en casa leyendo, viendo películas. Oyendo música.
Pero sobre todo leyendo.
Me encantaban los viernes de lluvia y otoño.
Llegar a casa.
Esa bella sensación de tener todo el tiempo del mundo que cabe en unas 67 horas.
Viernes en familia. En el sofá.
Y temprano a la cama.
Mientras fuera llovía con fuerza, yo calentita.
A salvo en mi camita.
Estos días ando más inspirada que de costumbre.
Nada como la lluvia, como el otoño, como la luz de luna, como septiembre,
para vivir.