Ayer estuvimos de reencuentro entre amigas de toda la vida. Echamos un día estupendo de piscina donde comimos, bebimos, jugamos y reímos adultos y niños de distintas edades. Para mí significó una buena recarga de pilas. ¡Qué bien se está cuando se está bien!
Una de mis amigas que es madre desde hace 14 meses hizo un comentario que me ha hecho pensar estos dos días, hablando del tema de los métodos para dormir, Estivill, colecho, etcétera. Y fue: «Yo tengo compañeras que han dejado llorar a sus hijos pocos minutos cada noche durante una semana pero los resultados, ahí están. Ellos duermen toda la noche y yo en mi derrota me pregunto siempre ¿qué estoy haciendo mal?» Ellas (mi amiga y su hija) aún siguen lactando y durmiendo juntas.
Y me veo. Me reconozco en ella.
Yo también he sentido la derrota, yo también he fantaseado con métodos poco respetuosos para dormir a mi retoño. He sufrido noches interminables llenas de despertares. Y el mal humor por no dormir ni un tercio de lo que mi cuerpo me pedía.
Y mientras que iba descartando métodos, nuevos caminos, mi hija ha ido creciendo. Su sueño ha ido madurando, tal y como había leído a los autores justos, a los que están a favor de los niños. Yo consigo descansar más. Y ella también. Todos estamos mejor. Tengo una niña con mucha energía así que es fundamental que duerma de noche para poder descansar ambas.
Ahora veo las cosas con un poco más de perspectiva y puedo decirle a mi amiga que «No es una derrota». Es sólo que vivimos en una sociedad en la que parece que todo debe estar programado. Cronometrado. Los niños tienen que cambiar rápido. Estamos deseando pasar a la siguiente fase para echar de menos la anterior. Es de locos.
Al final no logramos disfrutar de los momentos porque estamos siempre aguardando la etapa siguiente. Y no nos planteamos algo tan simple como que nuestros hijos crecen muy deprisa, es fundamental que se sientan acompañados y cobijados en su infancia.
Lo he dicho muchas veces: A mí lo que más me agota de la maternidad no es la incombustible energía de mi hija sino los comentarios, los juicios, los consejos, las críticas constantes, el «Así tienes que hacer». La falta de apoyo. De ayuda verdadera. La que yo necesite en el momento concreto. No la que la gente quiera darme. No necesitaba por ejemplo «una noche de teatro para dos» cuando mi hija tenía dos meses como pretendían regalarme entonces y rechacé.
Lo que me sobra es la gente remando en contra.
Esto lo he hablado muchas veces con algunas amigas y ellas también están de acuerdo.
¿Por qué nos molestan tanto los comentarios, juicios, consejos, críticas si tenemos tan clara nuestra forma de criar?:
1) Porque nada hay más experimental y difícil como ser padres.
2) Porque precisamente por ser tan experimental contrasta con la forma en la que se criaba hace 30 años, cuando mis amigas y yo fuimos niñas.
Es decir, yo puedo leer mil libros sobre crianza respetuosa, pero si tengo grabadas a fuego las formas de antaño y recibo una crítica, algo dentro de mí se tambalea. Defenderé la lactancia materna, el colecho, el contacto constante, etcétera, de forma pasional, como una nueva conversa. Para escucharme a mí misma, para seguir convenciéndome. Hasta llegar a un momento más comedido.
Pero no, amiga mía: «No estás fallando en absoluto, estás creando un bonito vínculo con tu hija. Disfruta del ahora y piensa que algún día todo el sueño que estás pasando ahora será algo anecdótico». Y vaya por delante que no pretendo juzgar con este post, ni crear bandos. Los bandos me interesan cada vez menos. Cada uno lo hace lo mejor que puede y una no es mejor ni peor madre por utilizar método o no con sus hijos. Mis críticas han dejado de ir a las madres. Van al sistema y a quien gana dinero aprovechándose de la inexperiencia y las circunstancias de las familias. Léase (un) apellido catalán aquí si se desea.