El castigo no es la única forma

Desde que soy madre pienso mucho en este argumento. Esta forma de criar. Lo creamos o no, hay muchas formas de castigar: Gritos, agresiones físicas, desprecios, burlas, ignorar el llanto o las llamadas, cualquier tipo de llamada, privar de hacer alguna actividad, la silla de pensar, etcétera…Es una respuesta negativa, normalmente del adulto al niño, aunque también se den de un adulto a otro, a una acción que nos disgusta. En un mundo ideal los castigos no existirían, usaríamos una forma más amorosa de educar, de guiar a nuestros hijos, de relacionarnos. Pero lo tenemos tan integrado en nuestro proceder cotidiano que a veces ni siquiera lo identificamos. Frecuentemente reaccionamos a algo que nos molesta queriendo corregirlo inmediatamente. A menudo a sangre caliente, nos secuestra la amígdala y dejamos de razonar. Para imponer lo que desde la razón nos impusieron a nosotros. Las normas de comportamiento. Las que a veces tanto nos alejan de nuestra naturaleza. Las que nos hacen negar las necesidades básicas de nuestro cuerpo.

Cada generación de padres da pasos hacia adelante, hacia la igualdad, o mejor aún, hacia la justicia, de todos los seres humanos. Y hoy con toda la infomación que tenemos sabemos que hay comportamientos que mejor deberíamos evitar. Muchos hemos interiorizado mentalmente lo incorrecto, sabemos como comportarnos, lo malo es que la otra forma de tratarnos está grabada a fuego en nuestro cerebro límbico, así que reaccionamos a veces exageradamente. Y poner en práctica este conocimiento nos cuesta realmente mucho. Sobre todo cuando estamos preocupados por otros asuntos o directamente: muy cansados. Ahí a veces es difícil no soltar un grito cuando nuestro querido retoño «la lía parda».

Foto
Para una madre o un padre conscientes no hace falta explicar que cierta forma de hablar o cierta forma de operar no son correctas, que no son respetuosas, puesto que ya lo saben. El problema viene cuando la teoría la dominamos pero en la práctica patinamos. Porque somos conscientes de que hacemos sufrir a nuestros hijos pero nos cuesta mucho cambiarlo, así que sufrimos también nosotros por hacerles sufrir a ellos. Yo creo que cuanto más se retrocede en el tiempo, en nuestros antepasados, más fácil sería ser padre, porque todos estos problemas no se los planteaban. Te crío así porque es la forma que entiendo, la que he interiorizado, es lo correcto y no me planteo más, lo que la psicoterapeuta Alice Miller llamó «Pedagogía Negra». Imagino que hemos ido dando pequeños pasos hasta llegar donde estamos ahora. Nunca antes se había visto tan clara la luz, evidentemente. Y, seguramente, nuestros hijos verán cosas que nosotros ahora no vemos.

Una diferencia clara, al menos teóricamente, frente a ayer es que ya no hacemos responsables a nuestros hijos de nuestras reacciones. Porque sabemos que nosotros somos los únicos responsables de ellas. Y ellos sólo de sus acciones. Que yo, por ejemplo, me enfade porque mi hijo salte en un charco es una cosa mía. Me enfado yo, algo dentro de mí se altera y la consecuencia es que se lo hago pagar a mi hijo. A veces nos falta la capacidad de análisis: ¿Por qué me enerva tanto que salte en los charcos? ¿que juegue con la comida? ¿que salte en el sofá? Aquí entra a colación el tema de los límites. Hay límites por seguridad, y estos son los básicos, vienen de forma natural. Hay límites sociales, de respeto al prójimo. Hay límites de higiene y límites que decide cada familia. Lo realmente artístico es exponerlos y no imponerlos a la mentalidad infantil.  Además, en estos casos habríamos de hacernos la siguiente pregunta: «¿qué llevo yo en mi mochila personal que me hace reaccionar de esta forma?» Y si somos valientes entraremos en el océano interior que nos espera.

Los castigos nacen del miedo.
En todo este reflexionar sobre el tema el otro día se me ocurrió leer acerca del castigo divino. El pecado original. Así que Biblia en mano volví a leer el Génesis.

Adán, que por cierto esta noche he aprendido que quiere decir hombre en hebreo, Eva, la manzana, la serpiente y un Dios muy enfadado. Lo releí hace algunos días y creo que esta noche la masa gris de mi cerebro ha dado con la respuesta a esta pregunta: «¿Por qué Dios se enfadó tanto por una maldita manzana?»

Sé lo que me vais a decir, que es que lo había prohibido. Entonces yo os contesto con otra pregunta: «¿Por qué lo prohibió?» Vale que la manzana es un símbolo, hay quien afirma que engloba el sexo, hay quien dice que es el conocimiento. Y yo respondo: «¿Y? ¿Tan malo es el sexo?¿Tan malo el conocimiento? ¿O a alguien le conviene tener el control sobre estos dos temas tan interesantes?»

Sin entrar en términos demasiado teológicos, que no me quiero meter en berenjenales, pero tú y yo sabemos que la Biblia fue escrita por hombres, con certeza del género masculino, hombres propiamente dicho. Como toda la historia. O eso dicen.

El problema es que repetimos hasta la saciedad esta forma de relacionarnos. Castigamos cuando algo no nos gusta. Es la respuesta aprendida más extendida para resolver cualquier conflicto.

A la conclusión que he llegado es que Dios en realidad no se enfadó. Es el poder de un hombre, o mejor, de un grupo de hombres para dominar a otros. De nuevo usando el miedo. La herramienta milenaria para el control. Y lo que hizo moverlos a esta decisión es su propio miedo. Si yo estoy muerto de miedo porque tú me vayas a usurpar el poder, o mi casa o que sé yo, respondo con miedo y te estoy limitando, te estoy controlando. Y de ahí toda una forma de relacionarnos, de actuar que nos ha llevado al día de hoy.

La teoría la domino, es fácil llegar a la conclusión de que toda persona tiene dignidad. De que todos merecemos respeto tengamos la edad que tengamos. De razas ya no hablamos hace tiempo, creo que hay pocas personas en el mundo que no incluyen a todos los seres humanos en una única raza: «la humana». O al menos quiero pensar bien. O mejor dicho: quiero ahorrarme sufrimiento. Estamos llegando cada vez más a respetar a la naturaleza, aunque aún quede camino. Mi tema principal son los niños. Y mi intención más decidida la de incluirlos de verdad en la sociedad. Sé que queda mucho camino. Y que incluso el que recorro yo personalmente, el de madre en particular, no es fácil. Pero seguimos aprendiendo y esforzándonos por mejorar minuto a minuto, hora a hora, día a día.

Lucas Cranach El Viejo: «El paraíso»

2 comentarios sobre “El castigo no es la única forma

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

once − siete =

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.