A veces me veo como él. Corriendo, sin tregua. Y me pregunto: «¿De qué escapo en realidad?» Otras me autoflagelo porque no consigo organizarme para salir antes y llegar temprano a los sitios. Pero últimamente he dado con el diagnóstico: Yo, no es que sea impuntual, es que me cuesta soltar la actividad que hago en cada momento. Así, si me tengo que ir a trabajar pero estoy leyendo algo muy interesante me cuesta mucho dejar de hacerlo al igual que cuando tengo que salir del trabajo y volver a casa.
Esta entrada la empecé a escribir hace un par de meses. La dejé con ese párrafo con la idea de desarrollarla algún día y parece que ese día ha llegado. Me volví a acordar de que tenía algo escrito sobre este tema viendo, con mi hija, el otro día «Patricia en el país de las maravillas» como la llama ella. Y en una conversación que tuve, la semana pasada, con algunas de mis comadres sobre la cantidad increíble de obligaciones y «deberes» que teníamos que hacer.
Desde hace una semana exactamente trabajo desde y en casa. Algo que me apasiona y que andaba deseando y buscando, que yo recuerde, cuatro años seguro. Pero ahora que estoy en ello confieso que sigo teniendo dificultades para organizarme. Aunque no me flagelo. En primer lugar porque llevo sólo una semana así y eso es poquísimo tiempo si tenemos en cuenta como he estado hasta hace escasos diez días. En segundo lugar porque soy madre y soy consciente de mi capacidad y deber de ser flexible y en tercer lugar y, como he mencionado otras veces, estoy aprendiendo el maravilloso arte de la autoindulgencia.
Pero veo que eso de correr sin parar, de no frenar ni un segundo y de que, a pesar de estar al doscientos por ciento y no llegar a todo, es muy universal y afecta tanto a hombres como a mujeres. Y tengo malas noticias para ti porque:
Recuerda que eres humano/a y que además tienes días en los que puedes dar más y días en los que puedes dar menos. Deja de tener obligaciones que revolotean alrededor de ti como si fueran fantasmas.